En 2005, viajé a Togo (Africa subsahariana) de cooperante para una ong española.
Durante los meses en el pequeño país, fui descubriendo la importancia de la danza y la música en el desarrollo. Por un lado, la presencia de la cultura en todos los ámbitos de su vida, era sorprendente (desde la boda o el funeral, las reuniones sociales,... una canción para cada ocasión). Y abrumadoras también las actuaciones casi diarias de grupos de jóvenes artistas, en ebullición.
Experimenté el poder del arte para la comunicación: podía pasar horas con niños que no hablaban francés, bailando y cantando, como si fueramos viejos amigos; o con las mujeres del proyecto, con las que una canción en su idioma y unos pasos de baile tradicional hacían que me acogieran como una más.
Y su poder transformador, llevaba 10 años sin bailar, y volví con las danzas africanas, sintiendo en primera persona como es capaz de regenerarte, de armonizarte. Te conecta contigo mismo, con una parte muy esencial que te hace estar mejor.
Me planteé entonces el arte como una herramienta para cambiar realidades, y su capacidad para
expandir los horizontes vitales de todos: de aquellos más desfavorecidos, que apenas tienen un futuro, pero también de los que aún teniendo las necesidades materiales cubiertas, no viven plenamente.
Fue el comienzo de la iniciativa HorizonArte, una apuesta por el Arte y la Creatividad como motor de Desarrollo Humano.
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